La Experiencia Espiritual de Morir.

El Alma que Regresa al Hogar

 

Por Mario Vázquez Puga. BCC/D.EOL

     Morir no es desaparecer. Morir es regresar. Cuando el cuerpo se apaga, el alma comienza su viaje de retorno hacia la fuente del Amor de donde provino. La muerte, lejos de ser un final, es una transformación sagrada, una transición del tiempo a la eternidad, de la forma a la esencia.

Un tránsito del alma, no del cuerpo

     El acto de morir no sucede en un solo instante; es un proceso de desprendimiento. El cuerpo se debilita, la respiración se vuelve más pausada, y la conciencia parece recogerse hacia adentro. Sin embargo, lo que realmente ocurre es que el alma comienza a soltar las capas de lo material, para volver a su estado más puro.

     Muchos que acompañamos este proceso reconocemos señales misteriosas: miradas que parecen ver más allá, palabras de despedida que traen paz, o gestos de reconciliación. Es el alma preparando su regreso. No hay miedo en ese momento, solo reconocimiento: la certeza de que todo lo vivido tuvo sentido.

Morir como rendición sagrada

     Morir espiritualmente es un acto de entrega, una rendición que no implica derrota, sino confianza. El alma deja de resistirse y abre sus manos al misterio. Quien muere con conciencia no huye, se entrega. Permite que la vida complete su ciclo y se disuelva suavemente en lo eterno. La rendición es una oración silenciosa: “Hágase tu voluntad”. En ella hay paz, porque el alma comprende que nunca estuvo sola.

Acompañar el morir: un acto de amor

     Estar al lado de alguien que está muriendo es entrar en un espacio sagrado. No se necesita decir mucho, basta con estar. El acompañamiento espiritual es presencia compasiva, es mirar sin miedo, escuchar sin juzgar, y sostener sin controlar.

     El silencio, cuando nace del amor, se vuelve oración. El acompañante —sea doctor, enfermera, capellán, familiar o amigo— se convierte en testigo del misterio, recordando que morir no es un error que deba evitarse, sino un camino que merece respeto y ternura.

Los últimos aprendizajes del alma

     Hasta el último suspiro, el alma sigue aprendiendo. Morir nos enseña el arte del desapego, la humildad y la gratitud. A medida que la persona se acerca al final, lo esencial se vuelve más claro: el amor que dio, el perdón que ofreció, la paz que anhelaba.

    Morir es una oportunidad de reconciliación profunda, con uno mismo y con los demás. Es el momento en que el alma comprende que su historia, con luces y sombras, fue perfecta para su crecimiento.

La muerte como regreso al Amor

     Desde una mirada espiritual, morir es volver al Amor que nunca nos dejó. El alma no desaparece, solo cambia de forma, se expande, y se une a lo infinito. La muerte es el puente entre el “yo” limitado y el “nosotros” eterno. Cuando miramos la muerte con los ojos del alma, descubrimos que no se trata de un final, sino de un despertar. Morir es despertar en el corazón de Dios, en el amor que sostiene todas las cosas.

Conclusión: la luz que permanece

     La experiencia de morir es, en su raíz, una revelación de la vida misma. Quien ha acompañado ese tránsito sabe que el alma no se apaga: se ilumina. En cada partida, algo en nosotros también renace: una nueva conciencia, una nueva forma de amar, una mayor comprensión del milagro de estar vivos.

     Morir, entonces, no es perder la vida; es volver a la Vida con mayúscula y acompañar ese paso es uno de los actos más humanos y divinos que existen.

Previous
Previous

Cerró los ojos en paz